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Las piedras brujas viven en una zona extraña entre la representación y la abstracción; guardan historias antiguas, contienen un tiempo infinito y un espacio enorme. Pienso en sus marcas, en sus arrugas, los bordes redondeados, la erosión a la que han sido sometidas, las incrustaciones y a los viajes que realizan desde lugares recónditos hasta las orillas de quien las encuentra. Son concretas pero también son puro misterio.

Para reconocer a una Piedra Bruja de otra que no lo es, la clave está en encontrar el agujero que les da su identidad. No es cualquier piedra, es aquella donde uno puede, como dicen algunas de las leyendas celtas,  traspasar con la mirada esas oquedades naturales, y quizás ver más allá o tener visiones que pueden responder preguntas que nos habíamos hecho o lanzado al Universo, incluso, esa ventana mágica o portal nos puede conectar con momentos de otras vidas que estamos despertando en esta por alguna razón.

Con cada encuentro se le agrega a esa piedra un nuevo instante, una nueva capa a esa infinidad de momentos que contiene.

 

Desde allí surge esta obra, desde esa sensación que me produce sostener y mirar a través de estas piedras. Un encuentro con mis antepasados celtas, con la historia contenida en las brujas blancas de mi familia y con la posibilidad de abrir un portal espiritual a este espacio de la pintura que hoy transito. Que es la pintura sino un espacio liminar entre esto que sucede y todo aquello que puede suceder…

 

Esta serie está compuesta por algunas de las impresiones dejadas por mis encuentros con las piedras. Elijo representarlas en hojas de papel simil aluminio porque me interesa el tipo de espacialidad que se logra con el reflejo de la luz en la superficie. Al simular metal, estos papeles reflejan brillos, opacidades y colores del entorno. De esta manera la atmósfera que rodea a quien mire estas obras también se incluirá dentro de ellas. Me interesa replicar la relación que necesariamente tiene que haber entre la piedra bruja y quien la consulta, y en ese sentido es fundamental poder incorporar al espectador dentro del espacio que la obra inaugura. Finalmente, algo mágico sucede: la piedra desaparece como objeto y queda su sensación, su vestigio, sus texturas,  su posibilidad.

 

Quien la mire modificará la atmósfera de la obra de acuerdo a la relación de cercanía o lejanía de su cuerpo con cada pieza, los colores con que esté vestido ó la luz que su cuerpo bloquee o deje pasar. Cada encuentro con estas piedras brujas será único y particular porque ninguna de estas representaciones será la misma, tampoco la sensación que se lleve quien la mire. En cada capa de aproximación se le sumarán momentos nuevos.

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